El Festival de Eurovisión está en boca de todos estos días. Sin embargo, casi siempre lo está por algún episodio viral, algún conflicto o polémica que poco tiene que ver con su esencia: la música.
Como ya sabéis, el consejo de administración de RTVE ha decidido retirar la participación de España en el próximo certamen en caso de que se mantenga la representación musical de Israel. Conviene recordar, aunque muchos lo tengáis presente, que este consejo está integrado por políticos.
Actualmente lo forman 15 miembros: 11 elegidos por el Congreso y 4 por el Senado. El reparto es el siguiente: el PSOE nombró a 5 consejeros, Sumar a 2, y Podemos, ERC, PNV y Junts a 1 cada uno. A ellos se suman los cuatro vocales designados en la Cámara Alta a propuesta del Partido Popular.

La decisión de plantear la retirada no es, por tanto, un gesto musical, sino una maniobra ideológica y un arma política. Y lo es a costa de la música.
Cada ciudadano es libre de posicionarse a favor de Palestina, de Israel o de mantenerse neutral. Los políticos también lo hacen. La diferencia es que ellos imponen sus decisiones al conjunto de la ciudadanía.
Que el gobierno de Israel —presidido por Netanyahu— sea o no un gobierno genocida no es el objeto de este artículo. Lo que sí conviene subrayar es que el gobierno no es el pueblo israelí. Dentro del propio país existen posturas muy diversas: a favor, en contra o indiferentes respecto al conflicto con Palestina.

Eurovisión, no lo olvidemos, es un concurso musical. Un escenario para cantantes, músicos, productores y editores, no un espacio para la confrontación política.
Como ocurre tantas veces, la política trata de servirse del altavoz mediático que supone Eurovisión para hacer campaña. Pero la música no debería ser un instrumento al servicio de las ideologías, sino al contrario: un lenguaje libre, abierto, capaz de expresar cualquier idea.
Los artistas tienen derecho a cantar sobre política si lo desean, pero también —y quizá con mayor riqueza— sobre otros muchos temas que alimentan la creatividad musical.
No sabemos cuál será la postura ideológica del representante israelí en el próximo festival. Y, en realidad, da igual: será su opinión personal. Lo esencial es que quien suba al escenario lo haga como artista, no como portavoz de un gobierno.
La música puede inspirarse en la política, pero los políticos no deberían manipular la música como arma.
Eurovisión podrá gustarnos más o menos. Podremos verlo como un escaparate de canciones comerciales y poco originales, o como un festival vibrante de innovación artística y audiovisual. Da igual. Eso es cuestión de gustos. Lo que importa es que sigue siendo un festival de música, hecho para hacer música y reconocer —o no— a los músicos.
No mezclemos las cosas.